Las palabras reflejan lo que pensamos. Derriban puentes, definen objetivos e identifican problemas a solucionar. Dan vida a las leyes y respuestas a su abuso.
Desde pequeños aprendemos a manejar las palabras, a utilizarlas correctamente, a emplearlas según se supone que marcan las normas. Es ahí, en ese momento de aprendizaje, cuando nos arriesgamos a cosificar las palabras y, en consecuencia, utilizarlas como objetos.
Las palabras más bellas son las que están vivas por dentro, las que laten mientras las pronunciamos y nos hacen acogerlas y sentirnos acogidos bajo su manto.
La verdadera comunicación surge de las palabras habitadas, las que dotamos de coherencia y profundizan en las raíces del afecto. Las palabras que nos acercan son las que olvidan los juicios hueros, las que se distancian de manipulaciones y nos estrechan con las personas. Una palabra habitada es como una mirada sincera a los ojos, sirve de puente y camino. De encuentro. De reencuentro.
¿Y tú, te sumas a las palabras habitadas?